Desde inicios de la Baja Edad Media se produjo en las Cortes europeas una paulatina revalorización de la lectura, entendida como virtud regia y nobiliaria. Los ejemplos de las bibliotecas de Alfonso V en Nápoles, de Matías Corvino en Hungría, de Felipe el Bueno en Borgoña y de Federico da Montefeltro en Urbino fueron pronto imitados en otras Cortes, y la fundación de la Biblioteca Vaticana, en 1448, permitió recuperar el concepto de biblioteca universal.
A este proceso no fueron ajenos los monarcas de la Casa de Austria. Desde la época del emperador Maximiliano I, varios de sus descendientes, como Felipe II y Felipe IV, en España, o Fernando I y su hijo Maximiliano II, en Austria, fundaron importantes bibliotecas públicas. El interés de estos monarcas por reunir grandes colecciones de manuscritos e impresos formaba parte de una planificada política cultural en la que el libro se erigió en un símbolo de la grandeza de la dinastía y de sus funciones como protectora del humanismo y de la religión. Las bibliotecas de los reyes, de sus familiares y de sus cortesanos no sólo fueron espacios arquitectónicos espectaculares: fueron también centros intelectuales, donde encontró acomodo un amplio mecenazgo literario, político y religioso. Esta línea se investigación se propone la reconstrucción de los fondos de estas bibliotecas, de las prácticas y relaciones culturales surgidas en ellas, y de los lenguajes simbólicos y artísticos que en torno al libro se desarrollaron en las bibliotecas reales españolas durante los siglos XVI y XVII. Examina, además, la circulación de libros impresos y de manuscritos en el territorio habsbúrgico, la red de ciudades tipográficas del imperio, la constitución de bibliotecas ideales y las formas de patronazgo propias de la nueva cultura de la imprenta.